Ayer acudí al entierro de un ilustre Abogado de la ciudad. Fué muy emotivo; la ceremonia la presidió un hermano suyo que es monje y actuó una pequeña coral y todo.
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Casualmente, el día anterior se celebró una boda en la misma iglesia por lo que ésta se encontraba todavía decorada con flores. Flores de alegría y de vida... ¡que ahora servían para un entierro!.
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En el umbral de nuestro enlace matrimonial, en más de una ocasión se me a pasado por la cabeza que las personas que invitamos a nuestra boda son las mismas que acudirán a nuestro entierro. Puede parecer una barbaridad, pero en ambos casos se celebra algo parecido: el paso a otro tipo de vida, la unión con otro ser, el camino hacia una plenitud...
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Hablando el Sábado pasado con Marta -la mujer de mi amigo Oriol- salió este mismo tema de conversación, y medio en broma medio en serio, Marta me hizó la observación de que en los entierros hay algo grande que celebrar: la entrada en el cielo y el encuentro con el Padre.
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Es lógico y humano que ante una defunción, ante la pérdida de un ser querido, surjan sentimientos de dolor, incomprensión y soledad. Pero no es menos cierto que los creyentes tenemos La Gran Esperanza en que sea La Vida, y no la muerte, la que tenga la última palabra.
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Entiendo que este sea un tema controvertido para algunos, pero creo que todos estaremos más o menos de acuerdo en que la Muerte es un Misterio.
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Yo -por si acaso- ya he dejado escrito que cuando me muera, me quiero morir con flores, pero con flores de boda, que son más bonitas y cuestan igual.
1 comentario:
Gracias por tu comentario en XavMP, había leido este post en su momento.
QUe sea fiesta pues y dentro de muchos años.
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