Estos días estoy pintando el piso, y me estoy dando cuenta del valor de los detalles.
Pintar no es difícil, que quede bien sí. Sobre todo con las esquinas, los bordes, las ventanas, los marcos... No "pasarse de la ralla" es todo un reto a la paciencia, ya que un marco o una pared no parece bien pintado si hay un pequeño error a la vista; los ojos automaticamente se dirijen hacia ese insignificante fallo, desvirtuando el resto del trabajo.
Salvando las distancias, algo así aprendi cuando fuímos mi novia y yo a una exposición sobre Caravaggio, el pintor Barroco, y su época. En la Exposición (que fué en el Caixa Forum de Barcelona), se exponían cuadros del Maestro y otros de pintores menores contemporáneos.
A simple vista, todos eran similares: mismas temáticas, mismos colores, misma composición.... pero "los Caravaggio" sobresalían con luz propia por encima de todos los demás. El secreto estaba en los detalles. Pequeñas pinceladas, que aisladamente pasaban desapercibidas pero que en su conjunto marcaban la diferencia entre una Obra Maestra y un simple cuadro.
Creo que algo así pasa con el resto de actividades de la vida ordinaria. En el trabajo, en la amistad, en la convivencia... siempre son los pequeños detalles los que marcan la diferencia entre algo bien hecho y algo mediocre.
No sé como me quedará el piso, pero ya me ha servido para recordar una lección importante: el valor de los detalles. Está garantizado.¡¡¡A Caravaggio le funcionó!!!
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